Capitulo 6 - Echidna

TOMO 2: SANGRE
1. ECHIDNA

El Santuario.

Vemos dos figuras en los aposentos al fondo de la Sala del Gran Papa: Una dama joven y un muchacho.

- Consigues verme, Mei?
- Saori... – El joven de cabellos plateados está echado en una cama y despierta lentamente. De pie delante de él está una doncella de belleza sin igual: La joven encarnación de la diosa Athena – Yo... estaba dormido? – Pregunta Mei, percibiendo que viste una túnica de tejido suave.

El más nuevo guerrero de Athena ya no está más con fiebre ni sudando y en su cuerpo no sobra ninguna señal de marcas de las garras del Giga Typhon. Sobrevivió al ataque, más su rostro pálido y sin color le dan una apariencia de una persona muy enferma.

- Dormiste más de diez días – explica la diosa, como si contase a un náufrago cuanto tiempo estuvo lejos de casa.

Mei recuerda la batalla librada en Sicilia contra los Gigas, gigantes mitológicos de tiempos inmemoriables, pero le cuesta recordar los detalles. De a pocos va recordando que había sido usado como una marioneta por la voluntad del resucitado dios Typhon, y que por eso había perdido casi todo su Cosmo.

- Diez días... todo eso...
- Pero estoy aliviada... – Suspira Athena – Tú respiración era casi imperceptible... pensé que nunca más ibas a despertar – La joven abre su corazón de forma sorprendentemente indefensa, tratándose de una diosa.

Por alguna razón, parece haber una compleja mezcla de sentimientos entre Saori y Mei, algo mucho más grande que una simple relación entre ama y siervo.

- Tengo una sorpresa para ti – Dice Athena, gentilmente – Una persona que está aquí para verte.

A la señal de la diosa se aproxima a la cama una figura extremadamente ceremonial, un hombre alto, de cabeza rapada, vestido de smoking negro.

- Tatsumi? Es usted? – Pregunta Mei en un tono de sorpresa.
- Que bien que el señor está vivo! – Dice el hombre con sus facciones ceñudas mojadas por una lluvia de lágrimas – Este su criado... no tiene palabras para expresar su alegría...!

Se trata de Tokumaru Tatsumi, administrador de la Fundación Graad y dedicado mayordomo de la familia Kido.

- Quiere decir entonces que usted continúa prestando servicio a la señorita Saori? – Pregunta Mei. El joven guarda aún la imagen de Tatsumi como una especie de niñera o guardaespaldas de la joven, impresión compartida en la infancia por todos los cien huérfanos reunidos por el fallecido Mitsumasa Kido para volverse Santos.
- Sí señor! El maestro Mitsumasa estaría feliz si pudiese estar aquí contigo!
- Tiene sentido... – Continua Mei – Athena es también la heredera de la Fundación Graad... Pero veo que queda mal andar de smoking dentro del Santuario!

Tatsumi suelta una risa sin gracia y levanta los hombros. Su sonrisa es sincera y sus hombros largos como los de un boxeador.

- Yo ni lo imaginaba...! – Dice Athena con una voz temblorosa.
- Se lo contaste, Tatsumi? Pero estaba prohibido hablar de eso, por mí y por mi padre.
- Lo sé, mi señor! – Tatsumi se curva delante del joven – Pero... hace tanto tiempo. El maestro ya no está más entre nosotros y como el tanto deseaba, la señorita Saori despertó como Athena. El... maestro Mei, el señor está vivo! Este su siervo no sabe como contenerse...
- Esta bien, olvídalo – Dice Mei, de la forma más calmada que puede.
- Yo no sabía hasta ahora, Mei, tú eres el heredero de mi abuelo... de la familia Kido! Tatsumi me contó como tú me trataste con cariño, como una verdadera hermana, mientras yo era criada como la nieta de mi abuelo. En verdad, la heredera de la Fundación Graad no debería haber sido yo, sino...
- No digas esas cosas – Interrumpe Mei.
- Y, por favor, señorita, nunca les cuente esto a Seiya y los otros
- Guardas resentimiento hacia mi abuelo? De las decisiones tomadas por tu padre?
- Señorita, la decisión no fue del maestro Mitsumasa! – Tatsumi no se contiene, ansioso por revelar la verdad escondida por tanto tiempo.
- La decisión fue mía – Explica Mei – Cuando descubrí que los huérfanos de la institución eran todos hermanos que tenían la sangre del mismo padre en las venas...yo no soporté el hecho de estar recibiendo un trato especial, sin que nada me faltase, como heredero de la Fundación Graad. Por eso, decidí por libre y espontánea voluntad tener el mismo destino de mis hermanos.
- Por libre y espontánea voluntad... – Repite Saori en un tono pensativo.
- Mitsumasa Kido es mi padre. Y también el padre de Seiya, de Shun, de Hyôga... de todos los cien huérfanos reunidos para ser Santos. Ese lazo de sangre nos acompañará por toda la vida.
- El abuelo sufrió hasta el último instante de su existencia por haber mandado a sus hijos a una vida infernal de sacrificios, para que se vuelvan Santos. Pero hizo todo eso para proteger el amor y la justicia sobre la Tierra.
- Lo sé, señorita – Mei levanta el rostro – No guardo resentimiento o rencor hacia mi padre. Por el contrario, estoy agradecido por haberme dejado enfrentar el mismo entrenamiento de mis hermanos. De lo contrario, yo no podría mirarlos a los ojos al reencontrarlos. No podría conversar con ellos sobre nuestra infancia. Sería eternamente perseguido por un sentimiento de culpa.
- Por favor, no se culpe.
- Pues yo digo lo mismo, Saori – Mei decide que esta es la última vez que la llamará por ese nombre – La señorita no debe tener ningún sentimiento especial por mi. Ahora, es Athena. Y yo un Santo de Athena. Ese es el destino de las estrellas, que yo mismo escogí seguir.
- Maestro Mei? – La voz de Tatsumi parece llena de sorpresa – El señor pretende continuar escondiendo su origen... y sus derechos?
- Lo pretendo. Cuando yo aún era un niño, hice esa promesa, y estaba dispuesto a morir por ella. Cómo podría romperla ahora? Al abandonar el apellido Kido, pase a ser solo Mei. Por eso, Tatsumi, quiero que me trate de la misma forma que me trataba cuando yo entré al orfanato. Que no sea por fingir, haga conmigo como hacía con mis hermanos. Y pare de llamarme maestro – Completa el joven, con una sonrisa amarga.

- Athena! – Interrumpe una voz venida del otro lado afuera de los aposentos. Pidiendo permiso a la diosa, aparece en la puerta Nicole, Santo de Plata de Altar – Mei! Despertaste! – Exclama el hombre. Su rostro recuerda a una estatua griega, de una belleza intelectual y galante.


El joven brinca de la cama y, con las piernas tambaleantes en una inesperada debilidad, de arrodilla delante del oficial mayor. Nicole, a su vez, se voltea hacia Athena.

- En calidad de Gran Papa sustituto, por tanto responsable por los Santos, le agradezco por haber salvado la vida de Mei – Y continúa, curvándose levemente en dirección de Tatsumi – Al noble Tatsumi, también me gustaría agradecer por interceder junto al ejército y al gobierno italiano en Sicilia – Solo entonces Nicole dirige la palabra al joven Santo – Dime, Mei, recuerdas que ocurrió mientras estabas siendo controlado por Typhon?
- Sí, pero los recuerdos son confusos. No tengo mucha certeza del orden de los eventos.
- Nicole, sea paciente – Defiende Athena – Mei acaba de recuperar la conciencia.
- Lo intento, diosa... pero necesitamos mucha información. La Tierra está en una situación crítica. Typhon desapareció en la erupción del Etna y debe estar recuperando sus fuerzas en este preciso momento.

A medida que organiza sus pensamientos, Mei se va apenando por las cosas que hizo cuando estaba bajo el dominio de Typhon. Había acertado a Nicole con un golpe en el teatro de la Acrópolis. Y peor: Por poco no había matado a Seiya en Sicilia.

- Cómo está Seiya? – Pregunta Mei, mientras mira sus propias manos en estado de Shock. Aún puede sentir en ellas el calor de la sangre de su hermano. El joven no está conforme con su debilidad - Como pude haber quedado totalmente a merced de la voluntad de Typhon?
- Seiya está bien, los jóvenes se recuperan rápido – Responde Nicole, casi brincando, con una mano en el estómago, donde Mei lo había alcanzado. Y entonces dice, en un tono extremadamente solemne: - Athena reconoce a Mei como si nuevo Santo.

La revelación inesperada toma al joven completamente de sorpresa.

- Le otorgo aquí el Traje Sagrado, que prueba tu misión de Santo... – Continúa Nicole, comenzando allí mismo la ceremonia de nombramiento de Santo.

Mei desvía la mirada hacia la Urna donde está la Cloth, colocada al borde del aposento. Es una caja negra, tan oscura que parece absorber la luz a su alrededor. En ella está la figura de una mujer recostada, tallada en bajorrelieve.

- Esta es la Cloth de Cabellera de Berenice, Mei, tu constelación.

Arrodillándose delante del Gran Papa sustituto, Mei jura lealtad eterna a Athena, volviéndose entonces oficialmente el Santo de la constelación de Cabellera de Berenice, el más nuevo Guerrero Sagrado de Athena.

- En nombre de Athena, yo, Nicole de Altar, te ordeno Santo. Deberás proteger a Athena y defender la justicia sobre la Tierra. La Cloth sagrada jamás deberá ser usada por intereses o batallas personales. Si por casualidad violaras la norma y mancharas el Traje... la constelación, la Cloth, en ves de protegerte, te destruirá.
- La Cloth me va a destruir? – Mei parece estar confuso – Al final, de que es esta Cloth negra?

De hecho, la Cloth de Mei no pertenece a ninguna de las tres jerarquías: Oro, Plata y Bronce. Nicole decide que este es el momento de contarle a Mei la historia de la antigua batalla contra los gigantes.

“La morada de Typhoeus”. Apenas un poema épico griego preserva en estos días el nombre del más poderoso de los Gigas. Con el tiempo: “Typhoeus” es otra forma de escribir “Typhon” ó “Tifón”. El dios de los Gigas es un remolino que no estará satisfecho hasta no destruir y consumir toda la Tierra.

Renacido en el mundo físico al romper el sello de Athena, el dios gigante de las tempestades se esconde en el punto más profundo de un conjunto de cavernas entrelazadas como un enorme hormiguero. En su delante está un Giga que viste un Adamas de cornelina.

- Mi señor... – Dice el Giga.

Pero Typhon no le presta atención. Sus pensamientos están muy lejos.

- Athena consiguió reencarnar en esta era en su plenitud... – Dice para si mismo. La mitad derecha de su cuerpo está forrada por llamaradas, las llamas inagotables de la gran tierra, mientras que relámpagos llenan la mitad izquierda como terribles vientos de temporales fantasmas. De la carne asimétrica nacen, como uñas, las placas de su negro Adamas de ónix. No es exactamente una armadura, es sino una coraza, como una parte endurecida del cuerpo – Athena consiguió reencarnar en esta era en su plenitud – Repite – Pero, que dices de mí? De este, mi cuerpo físico tan frágil?
- Quirri! El cuerpo de Enkelados... frágil? – Se sorprende Pallas, el Espíritu Estúpido. De hecho es resistente e poderoso el cuerpo físico que fue ofrecido a Typhon por su hermano más viejo, el sumo sacerdote Enkelados.
- No es suficiente para soportar mi verdadera fuerza – Responde Typhon, tocándose el mentón. El hueso lastimado por los golpes de Mei en el Monte Etna ya está completamente recuperado – Necesito un receptáculo digno de mi poder.
- Con todo respeto, su carne radiante fue totalmente rechazada, en sus cinco miembros por Athena – Con las palabras de Pallas, un flujo más intenso de luz brota de las llamas y relámpagos en el cuerpo de Typhon, iluminando todo el interior de la caverna. El lugar, con un inmenso altar, se asemeja al templo subterráneo del Monte Etna. Estamos en Tierra Santas de los Gigas.
- Maldita sea Athena y sus Santos! – Typhon está delante del altar, sobre el cual está lo que parece ser una estatua de grandes senos, representando talvez a una diosa. Pero un corazón pulsa en la figura, demostrando que se trata en realidad de una mujer viva, a pesar de tener los párpados y los labios cerrados como si fuesen hechos de piedra. Más aún: La imponente figura está embarazada – Es mi forma femenina – Explica Typhon.
- Oh! – Pallas, el Espíritu Estúpido, parece estar hipnotizado por la belleza de forma femenina de su maestro, enteramente desnuda, sus curvas provocantes ocultas apenas por los cabellos ondulados que llegan hasta la cintura. Basta con mirar con más atención para percibir escamas donde deberían estar las piernas de la criatura: Su mitad inferior tiene la forma de una serpiente.
- El calabozo del Tiempo Estancado – Por primera vez, Typhon dirige la palabra directamente a Pallas – En la antigua Gigantomaquia, poco antes de ser exiliado por Athena y sus Santos en el Monte Etna, sellé a los gigantes sobrevivientes. No fue Athena quien atrapó a ustedes mis hermanos en las profundidades del espacio fantasma. Fue mi voluntad.
- Cómo? – Pallas está confundido. Él siempre creyó que había sido aprisionado por Athena, junto con Typhon.
- Mis queridos hermanos más viejos, al contrario de mi, ustedes no son inmortales – Continuó Typhon – Si su cuerpo físico fuese destrozado, ustedes no oirían la llamada del renacimiento. Por eso, sellé tanto su carne como su alma en el Calabozo del Tiempo Estancado.
- Fue eso lo que ocurrió, mi señor? Usted, teniendo en sus manos al pelele de Mei, inicialmente desataste los lacres atados sobre nosotros, Gigas, en las más diversas regiones y...
- Y, mediante el sacrificio de sangre de los Santos y de dos de mis queridos hermanos, finalmente volví a la vida en el mundo presente.
- Y esta mujer, señor? – Pregunta Pallas, tragando en seco.
- Esta es Echidna – Responde Typhon – La última de las mujeres Gigas. Ella abriga en sí mi cuerpo carnal, el receptáculo de mi voluntad.
- Ah, entonces ya estaba preparando su propia reencarnación! – Exclama Pallas, finalmente comprendiendo el plan de su maestro.
- Si, el cuerpo carnal que Echidna guarda en su vientre abrigará mi voluntad – Y entonces, en un tono un tanto desanimado: Hasta eso, estaré hospedado en este cuerpo horrendo.
- Realmente que cuerpo horrendo! – Una voz surge de las sombras, de donde emergen tres figuras.
- Mis hijos – Dice Typhon, sin mirar a los recién llegados.

Pallas no entiende nada:

- Quirri! Hijos?
- Mis hijos, engendrados por Echidna en otros tiempos, criados en la cuna del Tiempo Estancado. Los sellos fueron rotos – Typhon no llama a sus hijos por sus verdaderos nombres: Si lo hiciese, ellos verterían sangre por las orejas y enloquecerían. De la misma forma, si los hijos mencionasen el nombre de Typhon, la lengua les sería arrancada y ellos perderían el habla.

Así las sombras se presentan ellas mismas a Pallas:

- Orthos, el Maléfico Can Bicéfalo.
- Chimaira, la Bestia Pluriforme.
- Ladon, el Dragón de Cien Cabezas.
- Hijos, ofrezcan su alma para mi resurrección.

Las tres figuras se arrodillan en silencio delante de la voluntad del dios de los Gigas.

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